Las comunidades de Tajcüilüjlan, Pushtan y Sisimitepep, en el departamento de Sonsonate, al oeste de El Salvador, son importantes asentamientos del pueblo náhuat-pipil, el principal grupo indígena del país. Un proyecto del Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas (IPAF, según sus siglas en inglés), financiado por el FIDA y gestionado en América Latina y el Caribe por el Fondo Internacional de Mujeres Indígenas (FIMI), les está permitiendo aumentar su resiliencia frente al cambio climático y mejorar sus ingresos.
Los náhuat-pipil mantienen sus tradiciones, conocimientos y prácticas ancestrales referentes a la relación con sus recursos naturales. Aun así, sus medios de vida se encuentran en peligro debido al cambio climático y a riesgos ambientales locales.
El río Sensunapán, en torno a cuyo cauce se ubican las tres comunidades, está sometido a un enorme estrés hídrico que podría aumentar si prosperan los proyectos de construcción de nuevas represas hidroeléctricas. Aunque de momento las organizaciones populares de la zona han conseguido detener la construcción de estas infraestructuras, la escasez de agua es el principal desafío para los agricultores familiares de la región.
En este contexto, la Asociación de Cooperación para el Desarrollo Económico, Ambiental y Social (ACDESA), en coordinación con el Comité de Defensa de los Recursos Naturales del Río Sensunapán, que agrupa a las comunidades indígenas de la zona, pusieron en marcha un proyecto de gestión integrada de los recursos hídricos del que se han beneficiado cerca de 400 pequeñas y pequeños productores agrícolas.
El proyecto, financiado por el IPAF, fomenta el uso de tecnologías ancestrales de conservación del agua y el suelo. Estas técnicas se complementan con la promoción e implementación de sistemas agroforestales que diversifican la producción agrícola y que incluyen la creación de huertos orgánicos. Además, se ha puesto en marcha un mecanismo de monitoreo del caudal ecológico del río y de manejo de conflictos por agua y un programa de educación ambiental.
Gracias al proyecto, las comunidades Tajcüilüjlan, Pushtan y Sisimitepep han creado infraestructuras verdes de bajo costo que permiten conservar y aprovechar al máximo el agua.
Así, han levantado más de seis kilómetros de barreras vivas (hechas con plantas), acequias y zanjas de absorción. Al menos seis hectáreas han sido destinadas a producción agrícola diversificada, introduciéndose mejoras en las técnicas de producción de cacao, plátano y hortalizas. Los cultivos de ciclo corto (cilantro, hierba mora, pepino, rábanos, cebollino...) se combinan con especies de mediano y largo plazo (maíz elote, papaya, plátano enano y frutales). Se combinan también cultivos de mayor tamaño que ofrecen sombra y humedad, repelen plagas y enfermedades y mejoran la estructura y textura del suelo con cultivos menores.

También se han implementado sistemas de riego por goteo y aspersión, mucho más eficientes que el tradicional riego por inundación y, gracias a la creación de tres viveros comunitarios y el trasplante de más de 4.000 árboles, se han recuperado 40 hectáreas de tierras degradadas.
El proyecto ha fortalecido la organización local en otros muchos aspectos. En el marco de la pandemia de la Covid-19, la Asociación y el Comité, en coordinación con el municipio de Nahuizalco, establecieron puntos de control sanitarios en las entradas de las comunidades indígenas para prevenir contagios. Este hecho, complementado con acciones de orientación y promoción de buenas prácticas de higiene, ha conseguido mantener el número de casos extraordinariamente bajo.
Volviendo al tema de la producción agrícola, las parcelas diversificadas han aumentado su producción y, con ello, los ingresos de las familias que las cultivan. Este es el caso de la familia de Fernando Ramírez, formada por 11 personas.

Fernando se dedicaba principalmente a la albañilería en donde obtenía un salario diario de USD 15 dólares. Era un trabajo bueno, pero temporal, y exigía pasar una gran cantidad de tiempo fuera de casa, descuidar la atención a la familia y a la tierra. La oportunidad que suponía el proyecto del IPAF le llevó a hacer de la agricultura su actividad económica principal. Comenzó con un pequeño terreno de menos de 400 m² y hoy en día cultiva 5.250 m2 de terreno propio y una superficie de unos 7.000 m2 de terreno arrendado en donde planta cultivos temporales (hortalizas de ciclo corto), semi-permanentes (papaya, huertas y plátanos) y permanentes (árboles frutales y forestales).
Fernando valora enormemente el apoyo del proyecto: “nos han venido a ayudar mucho por el rescate de las técnicas que usaron nuestros tatas (antepasados). Hemos comprobado cómo las acequias y las barreras vivas son buenas para conservar el agua, que se acumula en ellas. Eso nos sirve para que el agua no se lleve la tierra, porque donde no hay barreras el agua agarra correntadas, y ya con las barreras y las acequias se van cortando las correntadas”.

La historia de Gumersindo Zetino, su esposa Magdalena y sus tres hijos de 5, y 3 años y 4 meses es similar. Él también trabajaba como albañil, pasando largas temporadas fuera de casa. Con la llegada del proyecto, hace algo más de año y medio, decidió priorizar la agricultura y ahora cultiva un área de cerca de 4.500 m². Ambas familias han visto mejorar su producción y sus ingresos, lo que, unido a la disminución de sus costos de producción por las buenas prácticas aplicadas en sus campos, ha permitido la introducción de mejoras en su hogar y en su alimentación.
Refiriéndose al proyecto, afirma: “Necesitamos de estos espacios de cooperación a nuestros esfuerzos y luchas. Este apoyo nos da oportunidades para conservar la tierra y el agua, para hacer siembras de hortalizas y otros cultivos que nos ayudan bastante a mejorar nuestra vida”.
Gumersindo cultiva una amplia variedad de productos: vara de Brasil, bambú, coco, guineo, plátano, cacao, maíz elote, yuca...
“Tener varios cultivos es bueno. El que siembre no se va arrepentir de sembrar, porque esto da ingresos y no requiere mucho trabajo. Yo quisiera tener más terreno y sembrar más para cuidar mejor de mi familia sin menester de ir a trabajar a otros lugares fuera de la comunidad, a las fábricas y otros lados. Es mejor mantenerse aquí cerca de casa y que acá mismo se generen los billetitos”.
Gumersindo invita a unirse a la causa: “Recomiendo a otras personas que se unan a esto. Está magnifico: podemos mantenernos con las siembritas y, si hay más siembritas, más cosechitas y más alegres nos sentimos. Podemos comer, tener ingresos y ayudar a otras familias”.